sábado, 27 de abril de 2013

Libertad y responsabilidad.



La libertad cristiana, que es total (1 Cor 6,12; 10,23), se limita ella misma por el sentido de responsabilidad hacia uno mismo (1 Cor 6,12) o hacia el prójimo (1 Cor 10,23; Gál 5,13; cf. Rom 14,15). 

De hecho, la libertad en sí misma puede ser destructiva. 

Para ser constructiva ha de ir encauzada por la responsabilidad, que en lenguaje cristiano se llama amor. «Libertad responsable» es lo mismo que «libertad en el amor». Así se deduce de la escena de «los amigos del Esposo», expresión con la que Jesús designa a sus discípulos. Los ascetas judíos reprochan a Jesús que no impone una disciplina o una normativa (ayuno) a sus discípulos. Jesús enuncia el principio: estando con él, no hay ayuno, sino alegría; no hay normativa, sino libertad, pero todo ello dentro de la amistad con él. La amistad, amor o adhesión a Jesús, que lleva a la identificación con él, hace que el discípulo nunca use de su libertad para hacer daño, sino solamente para hacer bien. Como la de Jesús, ha de ir guiada por el amor. 

Por eso, cuando los débiles en la fe se escandalizan de la libertad de otros cristianos, Pablo prefiere y aconseja limitar ese uso antes que hacer daño (Rom 14,1-4.15). El amor sabe renunciar al propio derecho por el bien de los demás. 

Terminemos con la frase lapidaria de Pablo: «Donde hay Espíritu del Señor, hay libertad» (2 Cor 3,17; cf. Rom 8,15; Gá14,6s), que puede enunciarse también a la inversa: «Donde no hay libertad, no hay Espíritu del Señor».

V. LIBERTAD DELCRISTIANO.



Para un cristiano, el ejercicio de la libertad de opción ha tenido su expresión máxima en el propósito de seguir a Jesús. Esta opción ha orientado su vida y le ha marcado el camino. 

La opción está tomada y no hay que repetida, basta con renovada. La opción inicial abre la posibilidad de la libertad de acción o autoexpresión. 

Así, el cristiano, arraigado en la experiencia de su encuentro con Jesús, es el hombre que se identifica con él, que asume como propia su escala de valores y que en su vida los expresa sin temor a las consecuencias. Su libertad manifiesta la fuerza del Espíritu que ha recibido de Jesús.
 
En Marcos, Jesús comunica a «los siervos» su propia «autoridad» (Mc 13,34), lo que equivale a comunicarles el Espíritu que él posee (cf 1,8: «él os bautizará con Espíritu Santo»). Los capacita así para realizar un programa que, en sus líneas generales ha de coincidir con el de suyo: liberar a los hombres de su pasado pecador y comunicarles vida. 

Se trata, por tanto, de una transferencia de responsabilidad: la acción que Jesús ha llevado a cabo en la tierra ha de ser continuada por los suyos. La formulacion exousía-autoridad indica que los seguidores de Jesús no han de reconocer obstáculo para su misión, que ésta no está supeditada a la decisión de autoridades humanas. El don de la exousía los iguala a Jesús.

Diferentes destinatarios.



La labor liberadora de Jesús adquiere diversos matices según los tipos de gente con los que se ejerce. Mucha gente estaba integrada y acostumbrada a vivir bajo un sistema opresor. En ese caso, la actividad liberadora de Jesús empieza por despertar la conciencia de la opresión y de la necesidad de opción, en sacudirlos de la situación acrítica en que se encuentran los que están dormidos en la costumbre, en el sistema. Así sucede, por ejemplo, en la sinagoga de Cafarnaún (Mc 1,22b-28). 

La libertad está encadenada en los poseídos y endemoniados, figuras de los fanáticos de una ideología destructora; por eso la liberación del fanático, que ha renunciado a su libertad
(espíritu crítico) es más difícil; de ahí que se describa en los evangelios con rasgos de violencia (Mc 1,25s; 9,26). 

En cambio, hay hombres inquietos y que gozan de un grado de libertad que les permite llevar a la práctica una posible opción. Esos son los que llama Jesús para construir su alternativa (Mc 1,16-22a; 2,14).

El miedo, obstáculo a la libertad.



La libertad suprema se adquiere cuando el hombre pierde el miedo a la muerte. Mientras exista ese miedo, tendrá que ceder ante todo poder que lo amenace. Por eso Jesús pide a los suyos que no consideren la vida física como el valor supremo (Me 8,35 par.; Jn 12,24s). Pero no lo hace exhortando a un fanatismo auto destructor, sino inculcando la certeza de que la vida del hombre no termina con la muerte. De hecho, la vida divina que es el Espíritu no puede ser destruida; para el que la lleva en sí, la muerte no es un fin, sino un paso; como lo dice Jesús en el evangelio de Juan: «quien cumple mi mensaje, no sabrá nunca lo que es morir» (8,51).

Modo de liberación.



Jesús ofrece a la humanidad la posibilidad de salir del estado de esclavitud y opresión. El modo como lo hace lo expresa Juan con la frase, paralela a la anterior: «Este es el que bautiza con Espíritu Santo». La comunicación del Espíritu da la experiencia del amor del Padre, cambiando la imagen de Dios. El que era visto como Soberano, se experimenta ahora como Padre; el que era concebido como objeto de temor, se manifiesta como amor incondicional y el hombre aprende que puede poner en él su total confianza. La idea de un Dios juez y vengador hace del hombre un esclavo. La intimidad y confianza con Dios, que ya no aparece como Soberano ni como Juez, sino como Padre, libera al hombre de todo miedo y sumisión, haciéndolo libre y señor de sí mismo. Cambia al mismo tiempo su relación consigo mismo, con la humanidad y con el mundo, pues lo ve todo como objeto del amor del Padre. 

El tema de la libertad se trata también en Jn 8,32, donde Jesús dice a «los judíos» que la «verdad hace libres» y saca de la condición de esclavo, en la que se encuentra quien practica el pecado (8,34). «La verdad», en cuanto conocimiento, no es una doctrina ni una serie de enunciados, sino que nace de la experiencia del amor de Dios, mediante el Espíritu que Jesús comunica al hombre. 

La experiencia de vida y libertad que produce el Espíritu relativiza los demás vínculos y libera de ellos. Para obtenerla no basta, sin embargo, la adhesión intelectual al mensaje de Jesús: se requiere la opción por el bien de los hombres, rompiendo con el sistema de injusticia (8,23) Y practicando el amor conforme al mensaje (8,31); sólo entonces poseerá el hombre «el Espíritu de la verdad» (14,16; 15,26; 16,13), que lo hace libre. 

La libertad que da el Espíritu permite expresar sin restricción alguna el amor generoso y fiel Un 1,17) que constituye el dinamismo del Espíritu mismo, amor que lleva al don de sí mismo y se expresa en él Un 10,11.15.17; 15,13).