En primer
lugar, hay una libertad que denota un estado: «ser libre, estar libre de algo»;
un individuo o un pueblo libre es el que no está sometido, el que no tiene
trabas para su expresión o su acción. El paso de las cadenas a la libertad es la
«liberación». Esta libertad se da de modo más aparente en el terreno político: se
habla así de regímenes de libertad y de regímenes dictatoriales. Pero la falta de libertad puede existir también en el
interior de la persona, causada por el tabú, el miedo o la sumisión.
Otra clase
de libertad es la dinámica o activa, que significa «ser libre para algo» y mira
al presente-futuro. Estar libre de la coacción es condición indispensable para
actuar con libertad, pero no prejuzga nada respecto al uso que se haga de ella,
respecto al dinamismo de futuro que pueda implicar.
En
nuestra época, cuando pensamos en el ejercicio de la libertad la entendemos en
primer lugar como autodeterminación: la posibilidad de hacer una cosa u otra, de
tomar una decisión personal en un sentido o en otro. Esta es la que se llama «libertad
de opción». Es la facultad de escoger este o aquel camino en las encrucijadas
de nuestra vida. Es la primera y fundamental libertad.
La
libertad de opción se ejerce sobre todo en las decisiones fundamentales de la
existencia. El hombre no ha de vivir como un ser vacilante, cuestionando cada
día el enfoque de su vida y el objetivo de su actividad. Esto significaría que no hay en él
convicciones profundas que den sentido a su vida.
Pero
una vez que el hombre ha optado por una línea de conducta, quiere actuar
conforme a ella; la libertad para eso, el derecho a hacerlo, constituye la
libertad de expresión y de acción. La libertad de opción no tiene consecuencias
en la práctica si no va acompañada de la libertad de acción. Un régimen opresor
no puede impedir la opción, pero puede hacerla ineficaz al reprimir la libertad
de expresión y de acción que la traducen en hechos.
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