De una
manera más general, podemos decir que Jesús libera del pecado; como lo expresa
Jn 1,29, él es «el Cordero de Dios (nueva alusión a la Pascua y al éxodo), el
que quita el pecado del mundo», es decir, de la humanidad. Hay que entender el
contenido de esta frase para comprender la liberación que lleva a cabo Jesús. Se
trata de un pecado que afecta a la humanidad entera y que existe antes de la
llegada de Jesús, cuya misión es eliminado. Para Juan, el pecado es una opción
del hombre que frustra el proyecto divino en él o en otros. Si el proyecto de
Dios es que el hombre tenga la plenitud de vida, el pecado abarca todo aquello
que impide la vida, reprimiéndola o privando de ella. Es el pecado del opresor
que somete, impidiendo la libertad y, con ella, el desarrollo del hombre; pero
es también el pecado del sometido, que acepta los valores propuestos por el
opresor y renuncia él mismo a la libertad.
Colocando
«el pecado» en el sistema simbólico creado por Juan para describir la sociedad
enemiga de Dios, puede hacerse este esquema:
Hay un
grupo humano que tiene por principio inspirador (8,44: «padre») el provecho
personal (raíz del pecado), concretado en la ambición de riqueza (8,44: el
Enemigo) y de gloria humana (5,44; 7,18; 12,43). Ese principio se traduce en
una ideología que justifica el dominio y la explotación de los demás (<<la
tiniebla»: 1,5; 3,19; 8,12; 12,35; «la mentira»: 8,44) y se objetiva en una
estructura social (“el orden este», «el mundo»: 8,23; 9,39; 12,25.31) dirigida
por un círculo de poder (“el jefe del orden este»: 12,31; 14,30; 16,11). Con la
enseñanza persuade al pueblo a dar su adhesión a la ideología y a los valores
del sistema injusto que lo priva de libertad (7,26.49; 12,34), mientras con sus
medios coercitivos lo mantiene en el temor (7,13; 9,22; cf. 8,44: «homicida»).
La existencia del sistema injusto depende, por tanto, de la aceptación voluntaria
por parte del pueblo de la ideología y dominio de los dirigentes. Hacer propia
la ideología que proponen es reducirse a la esclavitud, privarse de la
posibilidad de vida, y ése es «el pecado del mundo».
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