Desde
ese momento empieza el ejercicio de la libertad de acción o autoexpresión, su
libertad y autoridad para actuar (exousía: Mc 1,22.27 par.; 2,10 par.;
3,15; 6,7; 11,28s.33 par.; Jn 5,27; 10,18, etc.). Jesús está lleno de amor a la
humanidad, y el Espíritu le ha comunicado la capacidad de amar propia de Dios
mismo. Ese amor se expresará en su actividad, sin reconocer trabas ni respetar obstáculos. Dondequiera vea Jesús a los hombres en
situación de falta de vida, sea por la opresión, el hambre, la ignorancia, la
renuncia a la libertad, allí manifestará su amor, procurando hacerlos salir de
esas situaciones, aunque para ello tenga que chocar con los prejuicios, los
usos establecidos o la oposición abierta de las autoridades religiosas y
civiles de su tiempo. Esa libertad lo llevará a la muerte.
La
libertad de acción de Jesús está implícita en muchos detalles de los relatos
evangélicos. Así, por ejemplo, en el episodio de la enseñanza en la sinagoga de
Cafarnaún, Marcos señala que Jesús «entró en la sinagoga e inmediatamente se puso
a enseñar». Según este relato, Jesús no pide permiso ni espera invitación para
ejercer su actividad en el local público y oficial. Es una muestra a la vez de
su libertad y de su autoridad. Esta última está explícitamente mencionada a continuación,
describiendo la impresión que causa su enseñanza (1,22: «estaban impresionados,
porque enseñaba con autoridad, no como los letrados»).
Jesús
actúa con libertad, aunque esto ponga en peligro su vida. Así aparece en la
perícopa del hombre del brazo atrofiado (Mc 3,1-7a). Veamos qué representa este
hombre. En el relato evangélico es el único fiel presente en la sinagoga en un
día de sábado. En efecto, en la narración aparecen solamente los fariseos, el
hombre y Jesús; no se menciona un público que presencie la curación ni que
reaccione ante ella, al contrario de lo sucedido en la liberación del
endemoniado (Me 1,27). Esta extraña ausencia de otros participantes en el culto
sinagogal no se explica más que admitiendo que el inválido representa a los
judíos que sábado tras sábado asistían a la sinagoga y escuchaban la
predicación.
El
carácter representativo del personaje hace que su invalidez tenga un sentido
figurado. «El brazo» o «la mano», representan la creatividad, la iniciativa del
hombre, la libertad de acción. Pero el brazo está «seco/atrofiado», sin vida.
El pueblo que asiste a la sinagoga se ve privado de iniciativa y de libertad
para actuar.
Según
los fariseos, es el precepto del sábado el que prohíbe/impide curar la invalidez
del hombre, y están al acecho para ver si Jesús lo cura y denunciarlo. La
obligación del sábado que se inculcaba en la sinagoga aparece así como la causa
de la situación del pueblo. Pero, según la escuela farisea, el sábado no es más
que el precepto supremo, cuya estricta observancia incluye la de toda la Ley. Es
la interpretación farisea de la Ley, que programa la vida del hombre, la que lo
priva de libertad e iniciativa y lo mantiene en la dependencia.
El
episodio muestra que Jesús se propone sacar al pueblo de esa situación, dándole
la libertad de que carece. Para ello, intenta hacer comprender a los fariseos
lo irracional de su postura, haciéndoles una pregunta: «¿Qué está permitido en sábado:
hacer bien o hacer daño, dar vida o matar?»; es decir, Jesús les pregunta qué
es lo que pretendía Dios al instituir el sábado: si el bien o el mal del
hombre. Ellos, obcecados en su ideología, no responden. Jesús, a pesar del
peligro que entraña para su vida, emprende su labor de liberación del pueblo, que
alarma a los partidarios del régimen, tanto religiosos como civiles (3,6).
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