La
libertad cristiana, que es total (1 Cor 6,12; 10,23), se limita ella misma por el
sentido de responsabilidad hacia uno mismo (1 Cor 6,12) o hacia el prójimo (1
Cor 10,23; Gál 5,13; cf. Rom 14,15).
De
hecho, la libertad en sí misma puede ser destructiva.
Para
ser constructiva ha de ir encauzada por la responsabilidad, que en lenguaje
cristiano se llama amor. «Libertad responsable» es lo mismo que «libertad en el
amor». Así se deduce de la escena de «los amigos del Esposo», expresión con la
que Jesús designa a sus discípulos. Los ascetas judíos reprochan a Jesús que no
impone una disciplina o una normativa (ayuno) a sus discípulos. Jesús enuncia el
principio: estando con él, no hay ayuno, sino alegría; no hay normativa, sino libertad,
pero todo ello dentro de la amistad con él. La amistad, amor o adhesión a
Jesús, que lleva a la identificación con él, hace que el discípulo nunca use de
su libertad para hacer daño, sino solamente para hacer bien. Como la de Jesús, ha
de ir guiada por el amor.
Por eso,
cuando los débiles en la fe se escandalizan de la libertad de otros cristianos,
Pablo prefiere y aconseja limitar ese uso antes que hacer daño (Rom 14,1-4.15).
El amor sabe renunciar al propio derecho por el bien de los demás.
Terminemos
con la frase lapidaria de Pablo: «Donde hay Espíritu del Señor, hay libertad»
(2 Cor 3,17; cf. Rom 8,15; Gá14,6s), que puede enunciarse también a la inversa:
«Donde no hay libertad, no hay Espíritu del Señor».
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