De todo
esto aparece la libertad y autoridad de Jesús.
Pero
Jesús no practica la denuncia por sí misma ni la oposición exaltada a todo 10
establecido. Si denuncia, no lo hace por el mero deseo de oponerse a los
dirigentes, sino para liberar al pueblo del influjo opresor que ejerce sobre él
el prestigio de la institución. Para ello pone de relieve las contradicciones entre
principios y conducta o entre apariencia y realidad.
Así, a
los que se presentan ante el pueblo con una aureola de santidad y observancia
los tacha de hipócritas, desvelando la verdadera motivación de sus públicas
prácticas de piedad, la busca del prestigio que les permite dominar al pueblo
(Mt 6,1-18). Declara que el templo, centro y compendio de la institución
religiosa, dominado por los dirigentes, es una «cueva de bandidos», porque el
culto que en él se practica no es más que una explotación del pueblo (Mc 11,15-17).
Jesús
mismo expone su táctica en el conocido pasaje de Mc 3,27 par.: «Nadie puede
meterse en la casa del fuerte y saquear sus bienes si primero no ata al fuerte;
entonces podrá saquear su casa». «El fuerte» es una figura negativa que en el
contexto representa a la institución judía, que ha roto con Jesús y que busca
matado (Mc 3,6) a causa de su actividad con el pueblo. Es la institución que
somete a sus fieles, que fanatiza con su ideología (endemoniados), que priva al
pueblo de libertad e iniciativa (Mc 3,1-7 a: el hombre del brazo atrofiado). La
actividad de Jesús, en particular separando de la institución a los que antes
eran fanáticos de ella (3,22: «expulsa a los demonios»), alarma a las
autoridades centrales, que comienzan una campaña de difamación contra él (3,22:
«letrados bajados de Jerusalén»).
Después
de refutar las acusaciones, Jesús resume el sentido de su actividad en el
pasaje citado. «El fuerte» es la institución judía; «los bienes» del fuerte son
el pueblo sometido a su influjo; «atar al fuerte» significa hacerla incapaz de
reacción. El que entra en la casa del fuerte es Jesús mismo, cuyo propósito no
es desalojar al fuerte de su casa para instalarse él mismo, sino dejar vacía la
casa, es decir, sustraer al pueblo del dominio de la institución. Y esto no lo
hace con objeto de constituir un grupo que esté bajo su dominio; simplemente da
la libertad a los sometidos, sin la menor ambición de poder.
Es así
como «ata al fuerte», dejándolo sin respuesta: no le disputa el poder, sino que
hace hombres libres, los cuales abandonan la institución no por orden de Jesús,
sino por propio convencimiento. La institución habría podido luchar contra
Jesús si éste le arrebatara a la gente para llevársela detrás de él usando el
prestigio de su liderazgo; se trataría de un nuevo sometimiento: la gente
seguiría privada de libertad y no sería imposible hacerla volver a la antigua
esclavitud. Pero Jesús no hace eso: abre los ojos a los individuos para que
comprendan su situación de opresión y, deseosos de la libertad a la que Dios
llama al hombre, abandonen libremente el sistema opresor. Ante este uso de la
libertad que nace de una convicción, el sistema es impotente.
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